PINTANDO AL ÓLEO EN EL MADRID DE 1970, POR BARBOZA
La pintura española siempre ha tenido un gran atractivo para
mí. Cuando era estudiante en la Escuela Superior de Bellas Artes de san
Fernando, no dejaba de visitar el Museo del Prado y la Academia de San Fernando, para tratar de
asimilar ese gran mensaje pictórico que transmitían los pintores de esta
tierra. Me atraía toda la pintura mística, con sus claroscuros, esas profundas
sombras donde todo puede suceder, Ribera y Zurbarán, eran unos de mis
favoritos, al igual que Las Meninas o el Cristo y los personajes de
Palacio de Velázquez, que convivían con él. El Greco, con su gran explosión de luz y
color, que emerge de la oscuridad de los tiempos. Luego, Goya, que recoge toda
esta tradición y la trasmite en Los
Fusilamientos, Los Mamelucos y en
Las Pinturas Negras, sintetiza y
lanza el misticismo español al futuro.
Yo, en aquel tiempo, 1970, era un aprendiz de brujo, quería imitar a mis maestros. Estudiaba grabado, dibujo y pintura
al óleo, donde quería sacar a la luz de las sombras, pequeñas figuras que,
solitariamente esperaban su creación. El
óleo, ese gran invento de mezclar aceite de linaza con pigmentos y que
revolucionó el arte de la pintura, me servía para expresarme sobre pequeñas
telas como ensayos de algo que puede ser. Madrid era un mundo eléctrico,
donde todo podía suceder, y sucedió. El cambio a una nueva vida y a una nueva pasión.
Carlos Barboza Vargas.
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