VIAJE DESDE COSTA RICA A EUROPA, I, SOFÍA, 1968.
Salí del aeropuerto Juan
Santamaría, con rumbo a Europa, el 24 de julio de 1968, en la compañía aérea de
Costa Rica, Lacsa. Al despegar, el paisaje se convirtió en una mancha verde,
donde sobresalían los volcanes y las nubes.
El avión nos dejó en Ciudad México por la mañana. El grupo de estudiantes universitarios con
los que viajaba decidimos visitar el Museo Nacional de Antropología en el que
se alberga y exhibe el arte de los pueblos precolombinos mexicanos. Al llegar
de encuentra unos con un imponente edificio construido entre 1963 -64, en el
Bosque de Chapultepec. Se ingresa al gran patio
donde se encuentra una gran columna bañada de agua, con lluvia constante
que sujeta una gran estructura como un paraguas de 84 x 54 metros. Recorrí las
salas admirándome cada vez más de la gran capacidad creativa de estos pueblos
mesoamericanos y admirando el mural de Rufino Tamayo titulado La lucha eterna del día y la noche, de
1964.
El avión de las líneas aéreas
checas salió a última hora de la tarde
rumbo a Cuba, llegando al aeropuerto José Martí por la mañana. Estuvimos en las salas de tránsito donde
vinieron a saludarnos unas milicianas cubanas
que cantaban canciones cubanas de la revolución. Continuamos el viaje en
el mismo avión e hicimos noche en el aeropuerto de Vancouver, en esta época,
cruzar el atlántico se hacía en varias etapas. Los aviones no tenían la autonomía de vuelo de hoy día.
Al cuarto día llegamos a Sofía, capital de Bulgaria, donde nos recibió un comité
de la organización del IX Festival
Mundial de la Juventud y los Estudiantes por la Solidaridad, la Paz y la
Amistad. Como en esa época era
prohibido viajar a los países que se denominaban tras el Telón
de acero, nos proporcionaron unos
salvoconductos para movernos por el territorio prohibido.
Los días siguientes participamos como estudiantes de Costa Rica
en los actos programados como era el desfile que nos condujo al Estadio
Nacional Vasil Levski, todo un espectáculo de gimnasia rítmica ejecutada por
jóvenes búlgaros. Mi interés del viaje era más artístico que político; así que,
a buena mañana, me iba a visitar la
ciudad, sus monumentos y museos. Uno de los que más me impresionó fue la
Catedral de San Alekxandr Nevski, que
es la sede del Patriarca Ortodoxo de Bulgaria. Siendo una de las catedrales
ortodoxas más grandes del mundo, de estilo neobizantino. Es el símbolo de la
ciudad. Al entrar en ella, se encuentra uno con un gran espacio luminoso, sin
bancos, coronado por una gran cúpula. En la cripta hay un importante mueso de
iconos búlgaros, los cuales forman parte de
la Galería Nacional de Arte. Es una de las colecciones de iconos
ortodoxos más grande de Europa. Mientras en el Museo Antropológico de México
se podía sentir toda la cosmogonía de los pueblos indígenas, en esta catedral
búlgara se puede sentir a través de su iconografía, toda la espiritualidad de
la religión ortodoxa.
Nos invitaron a conocer las
montañas de Rila, en la parte occidental del país, y en especial el Monasterio
de Rila, fundado en el siglo X por San
Juan de Rila, un ermitaño canonizado por la Iglesia Ortodoxa. La situación del
monasterio es de una belleza única, junto al rio Rilski; la arquitectura de la larga galería de arcos
y en un ambiente húmedo y nuboso, lo convertía en un misterioso centro místico,
donde los monjes ermitaños guardaban lo esencial de su religión. Fue declarado
Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Mi meta era España, ya que la Dirección General de Artes y Letras me
había otorgado una Beca-Taller para estudiar Grabado Calcográfico en Madrid. Terminado el Congreso, parte de la Delegación
Costarricense regresaron. A mí, junto con otros compañeros, nos invitaron a
visitar Moscú, cosa que no dudé en aceptar. Unos 1777 kms separan a Sofía de
la capital rusa. Esta vez el viaje fue en tren que dura 43
horas en llegar a su destino. De esta estancia en Sofía conservo un libro
precioso titulado Las pupilas de Bulgaria. Y una caja de tabaco hecha de artesanía. Nos
vemos en Moscú.
Carlos Barboza Vargas
1968-2018.
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