LA GIOCONDA DE LEONARDO DA VINCI EN LOS CARTELES
La primera vez que estuve en París fue el día 20 de agosto de 1968, día en que entraron los tanques soviéticos en Praga; yo venía de Moscú y el avión tenía que hacer escala en esta ciudad de Checoslovaquia, pero nos dejó directamente en París.
Y
así comencé a respirar el aire libre. Por la mañana a primera hora, después del
petit déjeuner, en un hotel cerca de la Torre Eiffel, me encaminé rumbo al Louvre, las calles
estaban semivacías y había múltiples filas de policías muy bien equipados para repeler las
manifestaciones en contra de esta intervención. Acababa de pasar el famoso Mayo
del 68.
Caminé
por las Tullerías, llegando al Museo del
Louvre, en ese tiempo sin pirámide, y al
entrar, lo primero que me recibió fue la Victoria de Samotracia. Fui viendo
cuadros y esculturas sin detenerme hasta llegar a la gran Dama de casi quinientos años. Era una de mis ilusiones de
artista, fue como encontrarme con un antepasado lejano, del que tanto había oído
hablar, no me fue extraño ni me desilusionó.
Luego de Paris volé a Madrid, para estudiar Pintura y especialmente Grabado Calcográfico,
con una Beca de la Dirección General de Artes y Letras de Costa Rica. Así que
me instalé en Madrid, y en cuanto tenía un espacio de tiempo, regresaba a París
para poder ir al Louvre a contemplar La Gioconda de Leonardo da Vinci. Pero en el Museo del Prado que visitaba
asiduamente, siempre iba a contemplar una dama abandonada con igual belleza de
la que pintó Leonardo. Me recordaba a Rafael, y la comparaba con El Cardenal del
mismo pintor que hay en el Museo.
La pintura de La Gioconda se da por iniciada cerca del 1500, y es por esos años que se comienza a dar testimonio de este retrato en el taller de Leonardo, al que siempre le acompañó, hasta pasar al Rey Francisco I, y en un catálogo de 1695 aparece en Versalles. Napoleón Bonaparte se la lleva a las Tullerías, y en 1804 la deposita en el Museo del Louvre. La influencia de Leonardo fue inmediata en las siguientes generaciones de artistas, empezando por sus alumnos, Salai y especialmente el gran pintor lombardo, Francesco Melzi, al que le dejó como ejecutor testamentario y le hace heredar todos los manuscritos, los instrumentos y cuadros acerca del arte e industria de los pintores. Muere Leonardo el 2 de mayo de 1519, años mas tarde, Melzi unifica todos estos instrumentos que se publican como el Tratado de la Pintura. Rafael fue uno de los primeros en percibir su mensaje, dejando para la posteridad el retrato de Da Vinci, en La Escuela de Atenas, como Platón, pintura en las Estancias Vaticanas, donde Leonardo no fue considerado apto como pintor florentino para dejar su impronta en el Vaticano. Durero continúa las enseñanzas de Leonardo y Paccioli y en su obra, teoriza sobre ellas ya que en 1525 publica el libro conocido como De medida, donde habla de la belleza y la armonía.
El
afán de acercarse los artistas a la obra
de Leonardo ha sido constante durante estos siglos, pero no es sino después del
robo en 1911, en que la obra se populariza, de tal forma que las imprentas no
dan abasto para vender afiches, postales, libros y catálogos de la Mona Lisa. Nacen entonces dos corrientes que se pueden
llamar Giocondolatría y Giocondofobia.
Hay que pensar que este cuadro, sobre
soporte de madera de nogal, es ante todo una pintura en la que Leonardo, junto con La
Santa Cena de Milán, trató sus teorías pictóricas y matemáticas, la
búsqueda del espacio a través del color, lo que se llamó sfumato, no es mas que la perspectiva aérea, que llegó
a dominar Velázquez a la perfección, es decir, situar al personaje en un ambiente sin ayuda
de líneas arquitectónicas, solamente jugar con el espacio que, junto a una armonía
matemática del número pi, dan la sensación de proximidad y de naturalidad.
Esto
ha hecho que prestigiosos profesionales la sigan considerando un ser vivo, como
es el caso de Freud, que la ha psicoanalizado,
o las nuevas teorías de enfermedades y achaques de una señora de 500 años
lanzada por la Universidad Complutense de Madrid y aplaudidas en Canadá. Todo un conglomerado de literatura sobre su
sonrisa o su sexualidad. También algunos artistas del siglo XX se han
enfrentado a esta obra o a Leonardo con impotencia. Empezó Malevich en 1914, introduciéndola en un cuadro suyo.
Pero no es hasta que el ajedrecista R. Mutt – Duchamp, cuyo gran aporte al arte
del siglo XX es un urinario masculino colocado al revés, le puso bigotes y
perilla titulando su intervención como L.H.O.O.Q. en 1919. Dalí no quiere dejar
pasar la ocasión como surrealista y se introduce dentro de la imagen en ojos y
bigotes, llenando las manos de monedas. Lèger la adapta a su obra
constructivista, y en fin, no se deja de reformar esta imagen y ahora con los
medios fotomecánicos, como hace Warhol, o en internet actualmente.
Este símbolo de la pintura occidental está presente como souvenir para turistas, en canciones populares, en carteles anunciando cualquier tipo de productos, …..
En
estos últimos años, cuando estudiaba las manifestaciones de los afiches comerciales y políticos, práctica
a desaparecer en las ciudades, fotografiaba estos decollages entre los que fui
documentando la figura de La Gioconda, y
los expuse en la Real Sociedad Fotográfica en 1999. Titule
la muestra El lenguaje de los carteles
1987-1999. Luego comencé a trabajar este fenómeno dibujando y pintando los decollages, y hay uno que titulo,
Dialogando
con Leonardo da Vinci, donde aparece
La Gioconda. En fin, la imagen de Mona Lisa sigue viva produciéndonos emociones estéticas aunque sea en humildes y efímeros carteles en los muros de las
ciudades.
Carlos
Barboza Vargas
Miembro del ICOM.



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